Diversos estudios revelan una asociación directa entre problemas de salud mental, como la depresión, y la diabetes.
Un trabajo reciente cifra en un 20% la tasa de personas con diabetes
que además sufren depresión. Y desde la Fundación para la Diabetes
afirman que también los niños a quienes se les diagnostica este
trastorno metabólico tienen que pasar por una adaptación por lo poco
complicada para muchos de ellos. Controlar sus niveles de glucosa,
aprender a pincharse insulina y modificar sus hábitos alimenticios son
algunos de los cambios obligados en la vida cotidiana de los pequeños
con diabetes. En este artículo se explica cuáles son las
consecuencias de asumir esta enfermedad crónica para muchos de los niños
y adolescentes afectados y qué señales pueden poner en alerta a los
progenitores para acudir a un psicólogo.
En España, se calcula que hay cerca de 29.000 menores de 15 años con diabetes mellitus, una enfermedad que puede ocasionar diferentes complicaciones
a largo plazo, como problemas cardiovasculares, pérdida de visión o
afección renal, entre otros. Por eso es tan importante detectarla cuanto
antes y controlarla de forma correcta. El hecho de que sea una
enfermedad crónica supone un fuerte impacto psicológico tanto para el
niño como para su entorno familiar.
Fatiga, irritabilidad, visión borrosa, pérdida de peso, necesidad de
orinar muchas veces, sensación frecuente de hambre... son los síntomas
de la diabetes que restan calidad de vida al niño.
Además, cuando se diagnostica, es habitual que el pequeño tenga que ser
hospitalizado, lo que puede causarle ansiedad por verse fuera de casa y
separado de los padres. Los niños de 6 o 7 años pueden creer que una vez
que salgan del hospital estarán curados o que están en el hospital
porque se han portado mal. Es importante decirles la verdad sobre su
dolencia pero adecuando la información a su capacidad de comprensión.
Los preadolescentes comprenden muy bien lo que supone la diabetes.
Por ello, los expertos aconsejan que el entorno familiar la asuma con
serenidad, para que el afectado no sienta que vive una tragedia. Como
recomiendan desde la Fundación para la Diabetes:
"la actitud de los padres frente a la enfermedad influye de forma
directa en el niño. Una actitud de angustia originará un comportamiento
de sobreprotección que, generalmente, acarrea rechazo y rebeldía por
parte del menor".
Asumir que se padece una enfermedad crónica no es sencillo.
Según algunos estudios, los niños se adaptan peor que las niñas, y los
más pequeños son los que, en general, se adaptan peor. Sin embargo, los
niños mayores y los adolescentes son los que acostumbran a tener más dificultades en su vida social. Todo ello afecta al rendimiento escolar.
Un niño diabético deberá realizar importantes variaciones en su vida
cotidiana, lo que puede ser traumático. Tendrá que cambiar y vigilar su
alimentación, controlar sus niveles de glucosa, pincharse insulina,
aprender cómo y cuándo hacer ejercicio, etc. Múltiples cambios que
pueden ocasionar problemas psicológicos.
Según un estudio de la psiquiatra Maria Kovacs,
del Pittsburg Mind-Body Center (EE.UU.), la mayoría de los pequeños se
adaptan bien a la enfermedad aunque durante el primer año tras el
diagnóstico, el 36% manifiestan problemas psicológicos, sobre todo,
depresión. Pasado este tiempo, la incidencia de la depresión y la
ansiedad sigue siendo mayor en los niños diabéticos que en los pequeños
sin una enfermedad crónica. Además, pueden surgir trastornos de la
conducta alimentaria. También son frecuentes los problemas de autoestima
y la tendencia al aislamiento, ya que sienten que no pueden llevar la
misma vida que sus amigos.
Diabetes y síntomas psicopatológicos: cuándo acudir al psicólogo
Desde la Fundación para la Diabetes, se recomienda acudir al psicólogo
cuando el niño diabético manifieste ansiedad, tristeza, síntomas
psicosomáticos (dolor de cabeza o dolor de estómago), dificultades en el
rendimiento escolar con falta de atención y pobre concentración,
irritabilidad, aislamiento social, intolerancia a la frustración,
sentimientos de baja autoestima, ideas de muerte y quejas continuas de
aburrimiento y de pérdida de interés.
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